domingo, 22 de junio de 2008

GABRIELA MISTRAL: PREMIO NÓBEL, POETA Y MAESTRA






La conocí de lejos. Me fue sonando aquí y allá, anidó en un oido. Cuando quise darme cuenta estaba delante de un libro de poemas suyos y sentía latir un alma blanca, inmensa, entre las manos. Gabrielamía, Gabriela Mistral nuestra (1889-1957), que vino a parir un canto de verdad y de justicia en su mundo de lucha y de palabra.







Su verdadero nombre fue Lucila Godoy Alcayaga pero con su seudónimo quiso poner de manifiesto su admiración por los poetas Gabriele D’ Annunzio y Frédéric Mistral, quien, por cierto, compartió el Premio Nobel de Literatura de 1904 con José Echegaray.



Gabriela fue un ser con una sensibilidad fuera de lo común, conectada siempre a su Chile natal, por el que no dejó de trabajar ni de levantar la voz. Poeta valiente, de palabra honda, comprometida, obtuvo el reconocimiento del mundo entero cuando en 1945 fue la primera mujer y literata hispanoamericana en recibir el Premio Nóbel de Literatura.







“Hoy Suecia se vuelve hacia la lejana América ibera para honrarla en uno de los muchos trabajos de su cultura. El espíritu universalista de Alfredo Nóbel estaría contento de incluir en el radio de su obra protectora de la vida cultural al hemisferio sur del Continente Americano, tan poco y tan mal conocido.”

Con estas palabras inició su discurso la poeta chilena, cuando el 10 de diciembre de 1945 recogía en Estocolmo de manos del Rey Gustavo de Suecia, el Premio Nóbel de Literatura.





Hay mucho que decir de esta mujer para la que la educación fue una una lucha por mejorar la formación en su país que empezó en el peldaño más sencillo, dando clases en escuelas rurales, y alcanzó a organizar los planes de educación chilenos. Brilló por sus aptitudes y actitudes docentes, que la llevaron a recorrer el mundo en un ir y venir siempre relacionado con la educación.



A Gabriela es inherente esa autenticidad que sólo algunos poetas son capaces de poseer y preservar, pese a que su estética pueda quedar dañada para algunos ojos que anteponen la perfección del verso al desgarro de la emoción sangrante. Si algo resalta en "la Mistral" es que fue ante todo ella misma. Dejó que las corrientes artísticas de la época le revolvieran el pelo, pero nunca cedió su voz a más movimiento artísitico que el que le corría por las venas.







Gabriela es grande por lo que hizo, por lo que dijo y porque tenía un lenguaje propio y puro, por encima de la estética, de las corrientes, de las modas literarias. Un universo entero y suyo, que tenía que salir y salía en palabras hilvanadas, entretegidas ramas de su ser peculiar, comprometido, atormentado y algunas veces oscuro.




Su sed por enseñar, su voz siempre firme, alta y clara, por y para América Latina y su defensa a ultranza de la igualdad, son el más claro ejemplo de su entrega y su esfuerzo. Hay una mezcla en su trayectoria personal, profesional y poética de lucha, de resistencia, un regusto a resignación, que es a la vez semilla para no rendirse.


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